Bolívar de América

Sólo los que estuvieron en los buses que retornaban de Potosí en las primeras horas del 23 de diciembre del año pasado pueden dar cuenta de las últimas horas tristes que vivió el Bolívar. Una horrorosa mezcla de silencio, cansancio, dolor, tristeza, resaca y la amargura de saber que los del frente festejaban a esa misma hora. Han pasado cuatro meses y 26 días desde aquel triste retorno…

Sólo los que estuvieron en los buses que retornaban de Potosí en las primeras horas del 23 de diciembre del año pasado pueden dar cuenta de las últimas horas tristes que vivió el Bolívar. Una horrorosa mezcla de silencio, cansancio, dolor, tristeza, resaca y la amargura de saber que los del frente festejaban a esa misma hora.

Con algo de soberbia, muchos bolivaristas ya celebrábamos el título del año pasado antes de jugar el último partido. Ni sospechábamos que se produciría aquel espantoso naufragio hasta que nos vimos en el fondo de la tragedia. Nunca presencié una fotografía tan desoladora como la que me tocó ver cuando subíamos a las flotas. Parecía que en lugar de volver a La Paz, nos embarcaban para la guerra y sin fusiles. Horas después, en la mitad del altiplano, un muchachito de no más de 10 años rompió ese silencio abrumador con una sugerencia a su padre: “la próxima viajamos en avión”…

 

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Han pasado cuatro meses y 26 días desde aquel triste retorno. Tres técnicos pasaron también. El renunciante Portugal; el querido Vladi Soria, que sigue en el barco desde otro puesto, y el recargado Azkargorta, que ha decidido protagonizar otro capítulo glorioso del fútbol de Bolivia. El equipo celeste jugó 30 partidos oficiales desde entonces. 20 juegos por Liga y 10 en la Copa Libertadores. Nueve derrotas, ocho empates y 12 victorias. Mientras escribo estas líneas, Bolívar juega con Guabirá en Montero. 42 goles a favor, 39 en contra. Saldo ajustadito, pero positivo.

En Copa Libertadores la estadística y los datos son impresionantes. Marcó goles en todos los partidos, de local y visitante, y no conoce la derrota desde el día del debut contra el Emelec de Quinteros. No perdimos contra el León en el primer partido en el Siles porque en el arco estaba un muchacho de 21 años llamado Rómel Javier Quiñónez Suárez. En el juego siguiente, Flamengo no pudo con los celestes y el Maracaná fue testigo rabioso de los goles de Capdevila y Pedriel. Ése fue el partido bisagra, el debut del Bigotón al mando de la Academia. Bautizo casi suicida a sangre y fuego, si los hay.

En el camino, después, se interpuso recurrente el equipo del hombre más rico del planeta Tierra por tres años consecutivos: Carlos Slim. En cuatro duelos, el León de México no le pudo ganar una sola vez al Bolívar y conoció la derrota de local con ese impresionante regate y remate del gran William Ferreira, el capitán. El hombre de los goles importantes.
Superar y ganar en el grupo de la muerte fue un logro mayúsculo que ya ameritaba nuestro reconocimiento. De acuerdo con Transfermarkt, la planilla celeste está tasada en 5,1 millones de euros, mientras que la de León se acerca a los 30. Por si fuera poco, Flamengo marca 26,7 y Emelec 22,4 millones. Todavía recuerdo la pesadumbre del día del sorteo de la Copa. Teníamos/tenemos tanta fe con mis amigos que nos juntamos para verlo por televisión. Con los antecedentes de cada equipo, era difícil imaginar este presente idílico y el desenlace de aquella primera ronda. Con 11 puntos, Bolívar se clasificó primero. Sin que le sobre nada, pero con mucha personalidad.

Eliminado definitivamente el León, me aburrí de escuchar a comentaristas y periodistas mexicanos hablar de la tacañería del Bolívar en la cancha para expiar su desclasificación. Los celestes les metieron cinco goles en total y los perdonaron una infinidad de veces. En especial en el partido de ida de los octavos de final. El planteo inteligente en la revancha desesperó tanto a los rivales que Rafa Márquez se expulsó solito con una patada cargada de nervios e impotencia. En el trajín, en marzo y abril, los celestes se comieron cuatro viajes (ida y vuelta) de más de 12 horas entre aviones y aeropuertos. La Liga boliviana y los del frente fueron insensibles ante aquello. Bolívar tuvo que viajar todo un jueves desde Guanajuato, dos días después jugar el clásico en el Siles y el martes siguiente el duelo decisivo por el pase a cuartos de final. Todo, vuelos incluidos, en apenas seis días. A pesar de aquello (y de los contras), el equipo no desentonó nunca y cumplió con lo justo más ese gol de Eguino. Al principio, no pocos entendidos en este juego apuntaban a los de Slim como candidatos a ganar la Copa. Ya fueron.

Frente a Lanús, la soberbia porteña dejó chico al vilipendio de los desairados mexicanos. “Para mí, Lanús pasa caminando”, le dijo un periodista a un compatriota humilde e ilusionado que compraba su entrada para hinchar por la Academia en Fortaleza. No lo estaba chicaneando, quería humillarlo porque estaba seguro que pasaban. Cuando vi aquello en la televisión, tenía ganas de romper la pantalla para comerlo crudo al reportero. El fútbol argentino es experto en despreciarnos.

El tanto de Ferreira, el hombre de los goles importantes, me emocionó tanto por mi equipo como por los dignos millares que reventaron la tribuna visitante y silenciaron a los granates. Si es que ambos, jugadores e hinchas, representantes y pueblo, al final no son la misma cosa. Además, gritar en el minuto 92 vale doble.

Todo aquello apenas fue el anticipo de lo que se venía. “De lo único que debemos preocuparnos es de la altura, ése va a ser nuestro principal rival. Bolívar no mostró nada y no juega a nada, así que la idea es mentalizarse en ganar allá”, dijo el lateral granate Carlos Araujo. “No tengo ninguna duda de que vamos a pasar, nunca jugué en la altura pero Bolívar mostró poco acá, empataron con un golazo y nada más”, sentenció el capitán Pablo Goltz.
Otros dijeron más cosas, pero ya no vale la pena recordarlas. Ni siquiera ellos, los jugadores del último campeón de la Copa Sudamericana, deben tener muchas ganas de que su soberbia quede en el registro ahora que se saben expulsados del sueño a manos de los bolivianos. Se repite la película. Carlos Izquierdoz, otro de los que habló de más, se sacó la tarjeta roja solito, con un golpe pleno de nerviosismo e impotencia. El Conejo se merecía el gol que liquidó el duelo. Está en su mejor momento. Picante y juicioso la mayoría de las veces a la hora de soltar el balón. Su grito fue nuestro grito. Todos en su lugar lo habríamos gritado así.

Lo que venga en adelante ya es ganancia. Bolívar no tiene nada que perder y en cambio tiene el mundo por conquistar. Nunca nuestros sueños tuvieron una base material tan sólida. Un DT que vive a pleno su revancha decidido a hacer historia y un equipo (¡al fin!) afianzado que cree y confía en sí mismo. A esto hay que sumarle una hinchada que cada día amanece más ilusionada. Lo último que podemos hacer es desesperarnos por los dos meses que faltan para la semifinal. Hasta el 23 de julio próximo, lo mejor será avivar el fuego sagrado que nos convirtió de ese grupo extraviado entre Potosí y La Paz en el Bolívar de América. Así sea por unos minutos, ilusionémonos un poco más todos los días. Que no se apague esta maravillosa sintonía. Tal vez nuestro verdadero mundial no sea en Brasil, sino en Marruecos. Déjenme soñar a mí también. Si ya llegamos hasta aquí…

Sí, hijo. La próxima vez iremos en avión”, le dijo el padre al muchachito de no más de 10 años hace cuatro meses y 26 días en la mitad del altiplano, entre el silencio más espantoso de los últimos años. Es uno de los gestos más lindos que el fútbol me permitió conocer. Al señor le costó un par de minutos tragarse su propio dolor y desesperanza de adulto para no romper con la inocencia y el optimismo del niño. Y cuando lo logró, me recordó al tiempo en que mi padre me llevaba a la cancha y me consolaba cuando perdíamos. Ahora ellos tienen dos meses para juntar el dinero para el pasaje a Buenos Aires y, ojalá, un par de vuelos más. Casi los puedo ver en la fila del aeropuerto, con la esperanza de que esta vez el retorno sea feliz. Y nosotros tenemos dos meses para disfrutar con todo este presente excepcional de nuestra historia. Gracias a este fantástico equipo, todos vivimos la revancha de aquella noche negra en Potosí. Nunca dejamos de soñar, pero jamás nos supimos tan cerca. Y cuando pensamos en el Bolívar se nos aclara el alma. El fútbol es así. Nosotros somos así.

 


No me canso de ver este video…

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