MOSCÚ. Día sin fútbol en la Copa del Mundo, lejos de los aficionados, nos fuimos en busca de cultura rusa, el mercado Izmailovo es uno de los imperdibles de esta ciudad, no fue fácil llegar, no es tan clara su ubicación en los mapas, y aunque luego nos dimos cuenta que era más fácil de lo que esperábamos, recurrimos al Uber como al principio del viaje, cuando no sabíamos movernos.
Una vez en el lugar el clima quiso jugarnos en contra, pero era imposible, el lugar es una especie de Kremlin de madera, en realidad es eso, una ciudad amurallada medieval, donde hay palacios -hoy convertidos en centros de fiesta- y lugares tradicionales, además montaron una feria de comida típica -sensacional- y del otro lado el típico mercado artesanal, que en este caso se ha convertido en un centro de atracción turística para latinos y asiáticos.
Los vendedores como en los mejores puestos de la Uyustus, tiran precio según el acento que te sienten, si hablas inglés, español, árabe, chino, ellos saben, cada cosa tiene un precio diferente para cada persona, la credencial en nuestro caso hacía que todo suba un poco, entonces viene el juego del regateo, imaginénse que si no soy bueno regateando en español, menos en ruso, pero tienen un técnica interesante: Luego de darte el precio, te ven la cara de duda y te entregan la calculadora con la frase “your price”, saben que ganará la ley del más fuerte, y como te hacen una buena rebaja, terminas comprando, tres o cuatro cosas iguales en lugar de una del mismo puesto.
Aquí, como en tantos lugares de la Copa del Mundo, nos encontramos con amigos de Bolivia. Cuarenta personas de una aseguradora boliviana vinieron. Se quedarán hasta la final, y así como ellos, son cada vez más los bolivianos que aparecen por las calles de Moscú y San Petesburgo, y acá nos preguntamos, luego de este viaje en el tiempo que nos regaló Izmailovo, si viajamos al futuro y Bolivia llegará a jugar un Mundial ¿seríamos tan locales como lo fueron los demás Sudamericanos en Rusia?, creo que sí.
