El juego de Bélgica fue mucho más vistoso. Y Croacia, a base de entrega, se ganó la simpatía de una gran parte del colectivo neutral. Pero Francia fue el ganador. ¿Hubo justicia?
En principio, da la impresión de que el flamante campeón no pasó sobresaltos en ningún partido –sólo estuvo en desventaja poco más de diez minutos, ante Argentina– y redujo con inteligencia a todos sus rivales.
Bélgica y Croacia fueron dos pruebas de fuego, y las superó. Se metió atrás cuando sus partidos lo ameritaban y, de la mano de sus principales figuras, fue letal cada que se propuso hacer daño.
En líneas generales, fue un equipo muy equilibrado que interpretó a cabalidad la idea de su entrenador. Y jugar bien es eso: explotar virtudes, disimular falencias y tener siempre un Plan B.
