Así, Muhammad Ali construyó su eternidad

No basta nada, contar cómo fue, cómo vivió, cómo peleó, como ganó y hasta como perdió. Cómo enfrentó los esquemas, le dijo no a la guerra, si al Islam, picaba y volaba en el ring, Alí hizo del ring un espacio de arte. El boxeo se ganó un lugar distinto. En cada cuadrilátero, vamos a recordar por siempre en su memoria. Nuestro homenaje en Late!, al mejor deportista de la historia:
Foto: Neil Leifer
Foto: Neil Leifer
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No basta nada, contar cómo fue, cómo vivió, cómo peleó, como ganó y hasta como perdió. Cómo enfrentó los esquemas, le dijo no a la guerra, si al Islam, picaba y volaba en el ring, Alí hizo del ring un espacio de arte. El boxeo se ganó un lugar distinto. En cada cuadrilátero, vamos a recordar por siempre en su memoria. Nuestro homenaje en Late!, al mejor deportista de la historia:

“Nos dejó un artista único e irrepetible del boxeo”

Sería desubicado llamar Cassius Marcellus Clay a Muhammad Ali en su nota póstuma.

No le hizo falta ser el mejor boxeador de todos los tiempos para ser considerado el pugilista más importante de cualquier época en todas las regiones del mundo.

Fue dueño de gran parte del Siglo XX y de una década necesitada de hazañas y héroes, como la del ’60 en donde conformó un cuadrado magistral junto a Ernesto “Che” Guevara, “Los Beatles” y la inolvidable Apolo 11, cuyos astronautas caminaron en la luna por primera vez.

Fue medidor de la conveniencia personal y el beneficio de la gente. Sobre todo de “su gente”: las clases negras; algunas poderosas e interesadas y muchas esperanzadas en algo o alguien como él, una especie de santo milagroso y charlatán capaz de cambiarles la vida en dos palabras.

Fue un orador excepcional, penetrante hasta en los oídos más necios y cerrados de los sin fe.

Foto: thefightcity.com
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No le escapó a ningún conflicto político y social. Odió y escapó de las guerras. Buscó la paz y muchas veces fue una bandera de tregua -infructuosa pero voluntaria- para conseguirla.

Se aferró siempre al roce y al compromiso. Una acción perdida e inconveniente en el siglo XXI. A veces con sentido y en otras sólo por estar. Pero siempre militó en los terrenos más calientes del planeta y algo dejó. No le tembló el pulso para estar, cara a cara, con los más buenos y los más malos. Con los admirables y los despreciables.

Ali convirtió al boxeo en un espectáculo magistral. Grandioso y dramático. Provechoso y rico. Teatral y serio a la vez, donde cada pelea por el título se convirtió en la entrega de una porción de los físicos. Propio y de sus adversarios. Como Joe Frazier, como Sonny Liston, como George Foreman, como Ken Norton, como Jimmy Ellis, como Oscar Bonavena, como Bob Foster, como Jerry Quarry, como Ernie Shavers y hasta Chuck Wepnner, motivando a Silvester Stallone a crear un personaje llamado Rocky Balboa. En el cuerpo y en el alma de todos ellos quedó algo de Ali.

Tuvo una particularidad muy especial que sólo los grandes y omnipotentes como él pueden lograr cuando la entrega de sus retadores lo ameritó. Hacerlos lucir y elevarlos, convirtiéndolos casi en gladiadores invulnerables. Y esto ocurrió en más de una ocasión.

Foto: @MuhammadAli
Foto: @MuhammadAli

Orgulloso integrante del inamovible cuadro de honor de campeones pesados junto a Jack Dempsey, Joe Louis y Rocky Marciano, causante de constantes polémicas sobre quién fue el mejor “grandote” de todos los tiempos.

“Pica como una avispa y vuela como una mariposa”, aquella postal descriptiva de su estilo boxístico que lo transformó en un artista del golpe. Con piernas veloces y artísticas, dignas de Rodolfo Valentino o Rudolph Nureyev, y con dibujos de golpes perfectos que retrataron los mejores pinceles del momento.

Convivió con un Parkinson ladino desde su última pelea con el canadiense Trevor Berbick, con casi 40 años, en 1981 en Bahamas, cuando fue “reventado” en una contienda penosa. Fiel a su grandes amigos, como Nelson Mandela y el papa Juan Pablo II, a la cabeza. Con Bob Dylan, James Brown, Norman Mailer, Barry White y Dustin Hoffman, completando el grupo de los más afines a Ali.

No pudo bailotear más. Se cansó a los 74 años y dejó que el maldito Parkinson lo conectara con un gancho más dañino del que Frazier le aplicó en un rincón neutral del Madison Square Garden, planchándolo en la lona.

Sus fuerzas, que parecían inquebrantables y encendidas por aquella antorcha olímpica que su brazo tembloroso portó en los Juegos de Atlanta 1996, pidieron una tregua sin jamás “tirar la toalla”.

Murió Ali y desempolvamos, a modo de epitafio periodístico, su oración favorita: “Soy invencible; esposé a un trueno, metí en la cárcel a un rayo, asesiné a una roca y mandé al hospital a un ladrillo”.

Texto de Osvaldo Principi, Canchallena.com.ar

-LA PELEA DEL SIGLO-

Foto: thefightcity.com
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Cuando quedaban veinte segundos para que terminara el asalto, Alí atacó. De acuerdo con su cálculo, producto de veinte años de boxeo, y con todo lo que había aprendido acerca de lo que se podía y de lo que no se podía hacer en el ring en cada momento, escogió precisamente ese instante como la ocasión adecuada y, recostado contra las cuerdas, lanzó a Foreman un derechazo y un izquierdazo y luego se liberó de las cuerdas para asestarle un izquierdazo y un derechazo.

En este último golpe hizo intervenir otra vez el guante y el antebrazo, un golpe demoledor en la cabeza que lanzó a Foreman hacia delante haciendo eses. Cuando pasó al lado de Alí, éste le pegó en un lado de la mandíbula con la derecha y se alejó de las cuerdas de tal manera que fuera Foreman quien quedara más cerca de ellas.

Por primera vez en todo el combate, ponía a Foreman al borde del ring. Alí lo castigó con una combinación de golpes tan rápidos como los del primer asalto, pero más fuerte y más seguidos, tres derechazos capitales en serie dieron de lleno en Foreman, luego un izquierdazo, y por un instante asomó a la cara de Foreman el reconocimiento de que estaba en peligro y que debía empezar a buscar su última protección. Su adversario estaba atacando y detrás de él no había cuerdas.

¡Qué conmoción! ¡Se habían invertido los ejes de su existencia! ¡Ahora el que estaba contra las cuerdas era él! Luego un tremendo proyectil exactamente del tamaño de un puño dentro de un guante penetró hasta el centro mismo de la mente de Foreman, el mejor golpe de esa noche sorprendente, el golpe que Alí había guardado durante toda su trayectoria profesional.

Los brazos de Foreman volaron hacia los lados. Doblado en dos, trató de alcanzar el centro del ring. Durante todo ese tiempo tenía los ojos puestos en Alí y lo miraba desde abajo, sin ira, como si Alí fuera en realidad el mejor hombre que conocía en el mundo y lo estuviera mirando el día de su muerte. El vértigo se apoderó de Foreman y lo hizo girar. Todavía doblado por la cintura en esa postura de incomprensión, manteniendo los ojos fijos en Mohamed Alí, empezó a tambalearse y a caer aun cuando no lo deseaba. Su mente quedaba sujeta por imanes en lo alto, mientras su título de campeón y su cuerpo buscaban el suelo.

Cayó como un mayordomo de 60 años y un metro 80 de estatura que acaba de recibir trágicas noticias, sí, fue un largo derrumbamiento de dos segundos durante los cuales el campeón caía por partes mientras Alí daba vueltas alrededor de él, formando un círculo estrecho y con la mano preparada para pegarle una vez más, pero no hubo necesidad; fue una escolta completamente íntima hasta el suelo.

Fuente Revista Un Caño: Fragmento de “El Combate”, el texto de Norman Mailer que inmortalizó la pelea Ali-Foreman, en Zaire, hace más de 40 años.

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