Los encargados de que los sueños se cumplan

Los acompañan a paso acelerado, mientras verifican que todo en sus atuendos esté en orden. Recuerdan en qué detalles fallan durante los entrenamientos, pero también que les enseñaron cómo resolverlos: saben las posibilidades que ellos tienen para enfrentar las situaciones y confían en que estarán frente al resultado de las horas juntos. Esas personas, que están “detrás de cámaras”, y muchas veces olvidadas, son los entrenadores.
Foto: Marta Marin
Foto: Marta Marin
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Los acompañan a paso acelerado, mientras verifican que todo en sus atuendos esté en orden. Recuerdan en qué detalles fallan durante los entrenamientos, pero también que les enseñaron cómo resolverlos. Saben las posibilidades que ellos tienen para enfrentar las situaciones y confían en que estarán frente al resultado de las horas juntos. Esas personas, que están “detrás de cámaras”, y muchas veces olvidadas, son los entrenadores.

Un deportista llega a pasar más tiempo con su entrenador que con su propia familia. Con esa persona que sacrifica un horario normal de trabajo porque muchas veces no le alcanza para afinar los detalles que podrían ser clave para una medalla y que llega al gimnasio con toda la actitud positiva, obviando que tiene un mundo aparte de problemas, para dedicarse a un atleta con los ojos puestos en un sueño.

Detrás de las decenas de medallistas que estamos viendo en Río 2016, están esas personas que creyeron en ellos antes de que fueran alguien. Que los conocieron de niños, cuando veían los Juegos Olímpicos por televisión y decidían que era ahí donde querían llegar.

En mi caso, tuve tres entrenadores, y sus enseñanzas me siguen dando vueltas en la cabeza para enfrentar problemas fuera del deporte. Porque no los tuve sólo como profesores de gimnasia, sino también como psicólogos, amigos, confidentes y compañeros de locuras y travesuras.

Las historias detrás de los entrenadores pueden ser igual de conmovedoras que las de muchos atletas. Porque, quién sabe, todas las horas que dedican podrían terminar en un abandono, pero a ellos no les importa. Siguen creyendo, porque saben que tienen la posibilidad de convertir esas ilusiones en realidad.

Por ellos, que dan todo por los atletas, que van a ciegas solo porque un niño dijo: “quiero ir a los Juegos Olímpicos”, y que muchas veces son desilusionados, es por quienes los sueños se cumplen. Y, cuando eso sucede, son los más enaltecidos al ver a su atleta en la cima del podio, cantando el  himno de su país mientras su bandera sube a lo más alto.

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