Tres segundos de Guerra Fría

En la final de básquet de los Juegos Olímpicos de Munich 1972 Estados Unidos y la Unión Soviética iban a definir mucho más que una medalla de oro, pero todo terminó en una confusa polémica.
Foto: El Gráfico
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Los tres segundos más largos de la Guerra Fría tuvieron lugar en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. La final de básquet enfrentó a las dos superpotencias mundiales: Estados Unidos contra la Unión Soviética, y ese partido acabó por convertirse en el más polémico de la historia olímpica. A 45 años de aquella mañana del 10 de septiembre, la increíble definición del encuentro continúa dividiendo las opiniones de los especialistas.

Estados Unidos llegó a los Juegos de Múnich con un récord apabullante: más de 60 victorias en fila desde Berlín 1936 y siete medallas de oro consecutivas que resguardaban un invicto histórico. La Unión Soviética, por su parte, escondía en el espíritu olímpico un férreo profesionalismo que lo ponía a la altura de las grandes potencias. Sus jugadores habían actuado juntos en más de 400 partidos y el gobierno comunista los había amenazado con enviarlos a los campos de trabajo de Siberia si el resultado en Múnich no era el esperado.

Sumado a esto, detrás de la competencia deportiva se ocultaba una división política que tenía al mundo al borde del abismo. La carrera espacial había concluido con la llegada del hombre a la Luna y las fuerzas armamentísticas se medían en Vietnam. Así, con ocho victorias para cada lado en aquellos Juegos, americanos y soviéticos llegaron a la final de Múnich para definir mucho más que un partido de básquet.

“El contexto dentro del estadio era asfixiante, igual que afuera. La sensación era que el mundo podía estallar, y por momentos parecía que todo dependía de nosotros”. Ken Davis, una de las figuras estadounidenses, admitió que la situación era insoportable. Los jugadores de ambos países eran un instrumento político más. “Después de cada partido las autoridades del gobierno llamaban y se mostraban atentos, sin embargo cuando se confirmó que la final era contra Estados Unidos, el tono no fue cordial. Nos dijeron que nuestra obligación era ganar”, confesó alguna vez Vladimir Kondrashkin, el entrenador del equipo ruso.

La Unión Soviética fue por delante durante casi toda la final. En el descanso, la diferencia a su favor era de 26-21 y a falta de diez minutos el 38-28 de la URSS parecía definitivo. Sin embargo, Henry Iba, el entrenador americano, conservador y especulativo en sus planteos, ordenó a sus dirigidos una inédita presión sobre su rival, y a falta de cuarenta segundos habían acortado la distancia a un punto: 49-48. Los soviéticos extremaron la defensa y luego de una pelota perdida en ataque, una violenta falta sobre el escolta Doug Collins dejó a Estados Unidos con la chance de pasar al frente.

El jugador de la Universidad Estatal de Illinois se pudo recuperar y logró lanzar los libres. Convirtió ambos -el segundo con suspenso y con la bocina de la mesa sonando de fondo- y puso arriba a su selección. A partir de entonces, nació una confusión que se extiende hasta nuestros días. Inmediatamente después de la conversión los soviéticos sacaron desde el fondo y fallaron su lanzamiento, pero uno de los árbitros había detenido la jugada -cuando apenas restaba un segundo para el final- haciendo sonar su silbato para argumentar que el entrenador de la URSS había solicitado un tiempo muerto entre medio de los dos libres, tal cual lo permitía el reglamento de entonces.

Los árbitros decidieron que el reloj volviese a tres segundos y se repitiesen las acciones. Los soviéticos intentaron una nueva jugada y volvieron a fallar. Los americanos desataron su festejo y tuvo lugar la invasión de campo. Sin embargo, el reloj no había sido puesto en marcha correctamente y en una situación sin precedentes William Jones, el Secretario General de la FIBA, que observaba el partido desde el palco de autoridades, bajó a la mesa de control y ordenó que el encuentro se reanudase, una vez más, desde los tres segundos. Allí fue que Aleksander Belov, la gran figura de la URSS, tomó una pelota lanzada en largo por Ivan Edeshko y sentenció la victoria con una bandeja. 51-50 y medalla de oro para los soviéticos.

Luego de la final, Estados Unidos, que nunca aceptó recibir la medalla de plata, inició un reclamo formal y un comité especial de la FIBA determinó, por tres votos contra dos, que se mantuviese el
resultado. A favor de los soviéticos votaron Cuba, Polonia y Hungría -tres de sus satélites-, mientras que para los americanos lo hicieron Italia y Puerto Rico, dos claros partidarios del bloque occidental.

La situación más polémica en la historia de los Juegos Olímpicos fue definida a favor de la URSS. Estados Unidos sigue pensando que aquella final fue un robo. Anualmente el COI le envía una solicitud para que, finalmente, acepte recibir las medallas de plata que se conservan en una caja fuerte en Suiza. Anualmente, también, los americanos rechazan la oferta. Davis, uno de los más perjudicados de aquella final, incluyó en su testamento que sus hijos y su esposa jamás pudiesen recibir la presea de aquellos Juegos. 45 años después, la polémica sigue más abierta que nunca.

Por: Matías Rodríguez/Publicado originalmente en El Gráfico

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