No es el título de una canción de amor lastimera, es el resumen del partido de anoche: lo que duele es ver de manera efectiva la diferencia existente entre ambos equipos. O entre nuestro equipo y los rivales de turno.
Paolo Guerrero se come en el salto a Christian Coimbra para hacer el primer gol. En el contragolpe de donde sale el segundo, ni Hurtado ni el resto de la defensa pueden con el gesto técnico que habilita nuevamente al delantero del Corinthians. Ni hablar del regalo de Danny Bejarano para el tercer gol, que se va directito al “Para qué te traje”. De acuerdo, errar es humano, pero estamos hablando de cuartos de final del campeonato más importante del continente.
Bolivia sigue siendo un manojo de nervios a la hora de tener la pelota, que quema como papa caliente. ¿Ahora qué hago con ella?, parecen preguntarse los del equipo cuando tenemos posesión. Y lo que debería resolverse en dos toques verticales y velocidad se torna en una serie de toques que mueren en una falta o en una recuperación del rival. Cuando no la tenemos en cambio, cuesta lo indecible recuperarla, un despliegue que agota y drena las energías para comenzar la generación de jugadas de respuesta.
Pero la selección no miente, lo que hay es lo que se ve. Ese fútbol de anoche y el que nos puso en la segunda fase de la Copa es el mismo que vemos los domingos en nuestras canchas, el mismo por el que las hinchadas seguimos sufriendo. Queda recoger la pelota de las redes y escuchar ese mantra que muchos jugadores repiten a la salida de los partidos: “hay que seguir trabajando”. Seguro que sí. Pero el baño de realidad es duro, estamos lejos del resto de selecciones del continente. Muchos se animaron a ver a Perú como un rival accesible y los de rojo terminaron perdonándonos una goleada.
Lo malo: estamos lejos. Lo bueno: hay actitud, entrega y ganas de salir adelante. Para dar la vuelta al mundo hay que dar el primer paso; por favor que este proceso no se corte.
