Dicen que a un Tigre no le gustan las cosas fáciles, siempre tiene un sabor distinto cuando cuesta más, cuando logran hacer posibles las situaciones que parecen imposibles. Así se ha ido escribiendo la historia de The Strongest en sus 109 años, y la noche épica del Campín no fue la exepción.
Una semana antes el Tigre pudo evitarse todo el sufrimiento y la angustia en el Siles, pero un penal errado sobre el final del partido lo condenó a jugársela en Colombia. Allá César Farías y los suyos dispusieron una táctica que implicaba tener el corazón en la boca, olvidaron la tenencia de la pelota para darle prioridad al resultado.
El cero a cero ya los clasificaba, y aunque tímidamente los laterales -que volvieron a ser los dos Bejaranos- subían, cuando retrocedían, Santa Fe en bloque y en velocidad, los desbordaban. Llegó el primer gol del equipo colombiano, un mano a mano resuelto por Vaca, y parecía que se le iba de las manos la clasificación a los de Achumani.
Pero la solución estaba en la pelota parada, el Tigre intentó buscar siempre el error del equipo Cardenal bajo su arco, cómo si lo hubiera estudiado, todos los córners y tiros libres fueron al primer palo, a riesgo de que queden mal tirados. Llegó el último tiro de esquina del primer tiempo, lo lanzó Alonso y derivó en el gol en contra de López, eso cambió todo.
Al Tigre nunca más le interesó tener la pelota, no desbordaron más a los laterales, porque no subieron más, la idea era pararse bien compacto cerca de su área -e increíblemente- el cambio de estrategia eliminó toda chance del equipo colombiano. A Santa Fe no le salió un solo centro más, no pudo concretar un pelotazo más, lo colapsaron con el cambio de plan y aguantaron el partido así, hasta consumar la clasificación, en eso que a los tigres les encanta celebrar, una noche épica.
