Brasil arrastra los pies desde el Mundial. No puede superar el complejo, pese al repunte que había mostrado en los amistosos y en los primeros partidos de la Copa América desde el regreso de Dunga como DT. Le duele el alma a este equipo porque aún supura el 7-1 en su casa ante Alemania, casi de la misma manera que el Maracanazo del 50. Lo reconoció el entrenador sin temor a sonrojarse, porque así se siente su seleccionado. Mucho más después del porrazo ante Paraguay: el 1-1 en el tiempo reglamentario terminó en una dura caída por 4-3 en los penales. Y, a estas alturas, el tema es a quién echarle la culpa, en qué lugar encontrar una explicación.
Brasil se va de esta Copa cargado de impotencia. Porque aparentemente se había repuesto del golpe que había significado la sanción a Neymar, porque había demostrado contra Venezuela que tenía herramientas para afrontar el compromiso y porque había aprendido a jugar sin su estrella y, en buena parte de este cruce por los cuartos de final, también lo había mostrado.
Una cosa es segura: Brasil no puede cerrar las heridas. No sabe cómo calmar el dolor. Siente que no sabe dónde quedó aquello de su dominio en el continente ni por qué se apagó ese fuego que se encendía cuando las competencias se ponían en marcha. Deambula dentro de un mismo partido, sobre todo ante rivales que lo complican desde la dureza, como Paraguay.
Brasil se lamenta porque siente que ningún plan le sale bien con el inevitable recambio del plantel. Cuentan que se habían cansado de perder por blandos y, cuando Dunga les había dado garra, lo atacaron por todos lados por no respetar la historia. Y en esta Copa América no fue muy diferente: afloraron viejos resquemores que, seguramente, seguirán creciendo a medida que sucedan los amistosos y, sobre todo, con las eliminatorias a la vista.
Hay argumentos a favor del conjunto verdeamarelho. Suena un poco injusto que salga de la Copa por penales. El azar es, por definición, caprichoso y no siempre cae la taba del lado del que lo merece. Paraguay se expresa con lucha, con mucha lucha. Y tuvo a Derlis González en una noche perfecta. Se encendió en el segundo tiempo y fue lúcido ante los defensores: marcó el empate de penal y anotó el tanto de la definición con una frialdad admirable.
Será cuestión de comprender que Brasil tiene que seguir hurgando entre vaya saber dónde para poder conformar un equipo que le devuelva la frescura y que libere el talento de sus intérpretes. Pero que también ofrezca seguridad en el medio campo y firmeza en la última línea. Nadie puede negar que los talentos de Willian, Robinho, Dani Alves, Firmino, Fernandinho o Elías son material de deseo en el mundo del fútbol. Pero tampoco que la estrategia parece vulnerable cuando alguien se decide a atacarlo con profundidad. A Paraguay no le hizo falta demasiado ingenio para llevarle problemas y confusión.
Brasil no puede conformar un equipo que le dé garantías. El pase a las semifinales se le escapó por un error de uno de sus históricos, Thiago Silva, que saltó desarmado y que tocó la pelota con la mano. Esos infortunios conspiran contra las intenciones de una recuperación sana y contra el regreso a los primeros planos. Hasta que Brasil esté en paz no volverá a sentirse Brasil. Los rivales se dan cuenta y ya no lo tratan como a una potencia.
Fuente: CanchaLlena.com.ar
