El alto costo de la luz

“Las finales no se juegan, se ganan” dice uno de los adagios no escritos en ningún manual pero entendidos como verdades del fútbol.

chile campeon

“Las finales no se juegan, se ganan” dice uno de los adagios no escritos en ningún manual pero entendidos como verdades del fútbol. Esto hace que muchas veces las finales sean partidos mezquinos, amarretes, donde los protagonistas ceden lugar a la funcionalidad del resultado en merma de la calidad. Pero Chile y Argentina protagonizaron una final electrizante, donde cada minuto fue de alta tensión. Uno que se alistó las pipocas para verlo y no tuvo tiempo de respirar lo entenderá.

Ambos llegaban con mucho cartel y en este momento son, primera certeza, los mejores equipos del continente. Los que más tiempo habían tenido la pelota (Chile llegó al extremo del 80-20 en el lance con Uruguay) y los que mejor la habían tratado (Argentina tiene el récord de toques y de pases acertados). Por eso no sorprendió de inicio que el partido se haya planteado como de ida y vuelta. Chile buscaba los laterales, porque al medio Mascherano, Rojo y Biglia cortaban los avances. Messi, jugando de enlace, no tenía los espacios para crear y de eso se encargaba Pastore, ya nominado como “su Iniesta” en la albiceleste. Abrían la cancha Isla por derecha, Beausejour por izquierda, pero Valdivia y Vargas se dejaban ganar por los nervios a la hora de definir. Del otro lado, Di María maldecía otra vez a la mala fortuna que lo dejaba fuera de la final, reemplazado a los 28’ por Lavezzi. Cada intento de generar jugadas de un equipo era ahogado por la presión en salida del otro: un espacio que se regale era un espacio de riesgo. En el 2T Chile salió más decidido pero el tono fue el mismo, no había caso de ejercer un dominio efectivo porque ninguno de los equipos cedía la iniciativa más que por algunos minutos, para luego volver a tratar de generar peligro. A Chile no le permitían definir los nervios; a Argentina, el ahogo de la contención y los centrales rojos, que terminaron el 1T ya con amarilla. La jugada más clara llegó en tiempo adicional (92’) cuando una contra argentina terminó con Higuaín sin poder definir. Minutos más tarde, ya en la prórroga, un fallo de Mascherano (de los pocos que se permitió) dejó a Alexis echándola muy por encima de Romero. La tensión en Ñuñoa se podía cortar con tijeras.

En la prórroga solo se evidenció que las piernas ya temblaban pero ninguno quería llegar a los penales y por ello seguían proponiendo, pese al agotamiento: Aránguiz en Chile lamentaba sus calambres, al igual que Lavezzi en Argentina; Vidal cojeaba.

Los penales nunca son lotería. Son una reducción a mínimos de quién patea con más puntería, quién luce más temple, quién está más íntegro física y mentalmente. Y ahí sí ganó Chile. Los tiros de Higuaín y Banega fueron impresentables y las cuatro ejecuciones de los de Sampaoli magistrales, la última un cherry para la torta, Alexis colocándola de Panenka para desatar el festejo de la primera corona continental de La Roja (esta vez sí con mayúscula), que se sobrepuso a las críticas por lo extradeportivo con lo que hay que lucir: fútbol y más fútbol, de alto voltaje, que le ha costado pero que hoy festeja en Plaza Italia y en Baquedano su primera Copa América.

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