Eso de llamarse “cholis” y “gays”

Menos mal que en el fútbol poco a poco se van sancionando actitudes, gestos o alusiones discriminatorias, aunque todavía aquéllos son recurrentes.

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Menos mal que en el fútbol poco a poco se van sancionando actitudes, gestos o alusiones discriminatorias, aunque todavía aquéllos son recurrentes. Hay varios ejemplos, uno de ellos el del excapitán de la selección de Inglaterra John Terry, por proferir términos racistas contra su colega Anton Ferdinand. Había pasado algo similar con el uruguayo Luis Suárez (Liverpool), acusado de comentarios racistas contra el francés Patrice Evra, del Manchester United.

Uno puede pensar que ambos casos son un fenómeno lejano para el país. No es cierto; en Bolivia lo sufrimos todos los días (y los domingos de fútbol) y las autoridades todavía no hacen nada sobre el problema, a pesar de la vigencia plena de la Ley Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación.

Antes eran las graderías del estadio o las oficinas, ahora son las redes sociales el espacio ideal para mofarse del contrario por su color deportivo. Aparecen de vez en cuando en Facebook y Twitter banners contra uno y otro equipo, en nuestro caso, del Bolívar y de The Strongest.

Recuerdo uno que, sinceramente, me indigna. Alude al “si quieres celeste, que te cueste”: son una gama de ropa de cholita, entre sombrero, manta y pollera, cuyo costo no es comparable a la indumentaria de un hincha atigrado. La connotación es grave, se vincula a la mala al hincha bolivarista con la chola paceña, como si esta mujer típica de nuestra región fuera de lo peor. Es más, los bolivaristas son “cholis”, quizás la rima con las primeras sílabas del nombre del equipo. Dicho por un recalcitrante atigrado, que no es uno solamente, la rima es lo de menos; lo que quiere denotar con el calificativo es la condición de “chola” del bolivarista. Digo.

En el otro lado, alguien colgó en la red la imagen de un tipo velludo, de labios bien rojos y con minifalda. Viste los colores de The Strongest lleva consigo varios balones. La inscripción dice: “StronGAY”. ¿Qué razón hay de considerar a otra persona de esa manera? Esta vez, la alusión es homofóbica, de considerar a un atigrado con la tendencia sexual de algunas personas. Digo también.

Ni qué decir de los insultos en las graderías del estadio Hernando Siles. Si es tan lindo hacer contrapunto cuando los stronguistas gritan ¡tigre! al son de caporal mientras los bolivaristas responden ¡chacra! Se gritan cosas peores. Y para mal de males, al comentar el tema, un amigo mío se justifica diciendo que “el fútbol es un deporte de pasiones, eso es lo lindo”.

No creo que no haya ninguna posibilidad de sancionar estas acciones. Claro, en el país, todo debe empezar por una campaña de concienciación acerca del problema. Por mi parte, a quienes les escucho decir esos adjetivos les digo que no es necesario tratarse así, que hay otras formas de mofarse del rival.

A ver si marcha la idea del presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), Joseph Blatter, que ante la tara propuso estudiar la posibilidad de al menos reducir puntos a equipos cuyos hinchas promueven el racismo. Eso de llamarse mutuamente “cholis” y “gays” no le hace bien al fútbol, incluso enfrenta a los miembros de la familia. Las pasiones son sanas, qué mejor en el fútbol.

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Texto extraído del Diario La Razón, publicado por Rubén D. Atahuichi López el 29 de enero de 2013.

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