Cuando Ángel Guillermo Hoyos llegó a la Selección, sonaba un nombre, Walter Flores, que sólo había jugado un partido y medio en esta temporada con Bolívar. Pero que tiene una relación especial con el seleccionador, confianza mutua. En respuesta a esa confianza, Hoyos lo llamó, lo puso de titular y Walter fue uno de los mejores dentro y fuera del campo de juego.
En el partido, fue un gladiador, peleó todas, se metía en la zona defensiva para ser un tercer zaguero, fue la contención del equipo en el medio junto a uno de los más jóvenes (Pedro Azogue) y hasta se animó a ser generador en algunas cuantas. Su misión fue clara, romper todo lo que intente crear Perú, y la cumplió a la perfección.
Walter dio el 100% de su entrega, fue al piso, fiel a su estilo, elegante y fuerte. Se ganó una amarilla en el momento más caliente del partido, minuto 71, cuando Perú nos acosaba, como un “caudillo”, esos que Hoyos los pide en la sociedad.
Terminó el partido con emoción, brazos en alto, y un abrazo cerrado con sus compañeros. Llegó al vestuario y allá encontró a Pablo Daniel Escobar, quizás el personaje más antagónico de Walter en el fútbol boliviano, el líder del Tigre estaba llorando de la emoción. Walter, referente y capitán sin cintillo de Bolívar no lo dudo, lo abrazó, le secó las lagrimas y completó una tarde perfecta. Una tarde de crack a sus 37 años.
